Apendicitis crónicas (las páginas colgantes)

TEORÍA DE LA PROSA - IRRESPONSABILIDAD DEL VERSO - IMAGINACIÓN DEL ENSAYO - INCERTIDUMBRE DE LA REFLEXIÓN

Viraje (Kivu Norte)


Párodo

Holowitz siempre llama de noche. Tiene una rara vocación de pesadilla y como en los sueños, habla en otro idioma.
Holowitz llama cuando no lo preciso, cuando no quiero hablar con él, cuando menos lo espero, cuando ya conseguí olvidarlo una vez más.
Pero regresa. Como Freddy Krueger.
Automáticamente, cuando él llama, yo veo gente muerta.

*
Engel es otra clase de tipo. Siempre está elaborando teorías filosóficas. Su más arriesgada hipótesis fue que el bien no existe así que todo se resume a pujas entre las fuerzas del mal y hay que ubicarse en lo menos peor. Para eso estamos. Para ser parte de lo menos peor de lo más macabro.
Engel sostiene que por lo menos nos involucramos cuando todos se borran. Ahí, ya solamente quedan peleando los buenos de los malos porque los buenos a secas no resisten. Así anda el mundo.
Espero que sea eso lo que dice tan convencidamente para alentarme.
Él habla tan mal el español como yo el alemán.

*
La palabra ronin me la enseñó Higa.
También me enseñó lo que era un haiku y después un tanka, que no es un tanque.
Es muy delicado con las flores e infalible con los cuchillos.
Además es budista en sus ratos de ocio.

*
Van Zandwegge habla seis idiomas. Es el más convencido de ser un apóstol. Está tan convencido que me hace acordar al monje albino de El Código Da Vinci.
*
Goldberg maneja los números como si contara cartas de Black Jack. Fue quién sacó las cuentas que le encargó Holowitz. Dice Fernández Riera que “el rusito” es “ingeniero en probabilidades” .
Goldberg es muy bueno sacando costos. Siempre acierta con los muertos que quedan en el camino. Pronosticó igual que un cabalista que de 120 niños, con suerte, solamente vamos a salvar 30.
Holowitz igual me llamó por teléfono.

*
Salvar es un eufemismo.
Salvarlos de ahí, razonó Spíndola cuando habló conmigo, tiene dos letras de diferencia con “sacarlos de ahí”.
El problema no es ese, sino donde ponerlos después.

*
Los hermanos Jhonston no terminan nunca de decidirse por Greenpeace. Dice Huarkaya Anaya que como tanta duda les hizo perder estado, están gordos como ballenas.
Su inclinación por Greenpeace es una forma de decidir nosotros -a la hora de correr- que los que se queden varados sean ellos.

*
Doce.
Aún así, Dios ha muerto.

(De: Viraje (Kivu Norte - Tercera guerra del Cóngo) ed. 2009

Viraje (Kivu Norte)



3.-

Si fueran tan alegres como sus colores, cuando la avioneta cruza sobre la caravana y todas las monjitas se inclinan sobre ese dragón chino que avanza sobre una tierra roja bordeada por intensos verdes y comentan entre ellas cuanto color que ilumina un día de los difuntos, “¿sabías, es el Día de todos los Muertos y antes fue...”, “si ya sé, el de los Santos”, “habrá de esos”.

“Las monjitas, no sé, ¿a donde van?

“Virginia es enfermera, irá al Panzi, vaya a saber”.

Nunca me habla Dios cuando le pido que me oriente, tengo que ser mi propia brújula,

“...si al Panzi, porque Dios me dijo que mi misión son la mujeres...”

¿Cuál es la mía?

“¿Es cierto que los del regular viajan con sus mujeres y sus hijos?”

“...salvarlas del estigma, redimirlas...”

“Dicen que si, que viajan con los chicos y con las mujeres, todos”

“No me gusta la idea, no sé como vinimos a parar acá”,

“...porque si ellas sobreviven, va a sobrevivir la sociedad”,

“Yo tampoco lo sé”, a veces pienso.

Huarkaya se disgusta, “jodida muerte, jodida vida, Dios nos pone a prueba, día de los Difuntos, qué mala señal”.

Es cabalero Huarkaya, “no es bueno llegar en Día de Difuntos”, tampoco es religioso pero se persigna.

“Salimos el de los Santos”, le digo y me mira con esa rara ferocidad barrosa de su gesto

“... siempre hubo mártires”, dice Virginia.

“Si, si”. La ventanilla es un buen refugio, “tanto color... parece un carnaval de muertos”.









4.-

Están bailando.

“Vamos...vamos...bailen, bailen...Vamos, bailen.”

“¿No dicen que no dan abasto? ¿Por qué bailan?”

Venimos desde el culo del mundo con seis monjas y Holowitz ya tiene demasiado encima desde antes de que llegáramos.

“Bésame el culo”

“Ya estoy acá ¿Qué cosa está mal, Goldberg?¿Me lo vas a decir o no, carjo?  insisto, malquistado.

“Mañana, mañana. Ahora baila un poco. Baila, baila”

“Tu puta madre baila”

 Huarkaya me arrastra “¿ qué carajo hacemos con las monjas?”

Goldberg me corre por el espacio húmedo en que Huarkaya tironea de mí, “bésame el culo”

Un universo de colores muertos acampa en el infierno.

“No se puede, no se puede”

“¿Qué cosa no se puede, ruso?”

“¿Dónde dormimos nosotras?”

Y qué se yo Virginia, si acabo de llegar igual que ustedes.

“Meté las monjas en algún lado ruso”

“Se abortó la misión”, lo escuché tantas veces que ya nada me asombra.

“Meteme las monjas en alguna parte, por favor, que las tengo pegadas al culo...Van al campamento de refugiados”
“No, no, ahora no, no todavía” replica Goldberg, “dance,  come here, dance”

“...no somos improvisados, ruso ¿ qué pasó?”

“ tomorrow...tomorrow...”

¿Hay mañana?

Higa me sujeta por un brazo y me enseña la noche. Me hurta de mi mismo hacia un lugar del cielo en el que todos caben.

Me tapo los oídos con las manos mientras el Diablo me habla en la cabeza.



(De: Viraje (Kivu Norte - Tercera Guerra del Congo) ed. 2009


De las cartas cerradas y otras incoherencias (toma XI)

Gente como uno


Sí, un hijo de puta en toda regla, que cuando habla, suena mucho más soberbio de lo que en realidad es.

Pero claro, a un tipo que nació con una historia tan paradójica y anormal, no se le puede pedir que sea normal como los demás, cuando apenas puede ser normal a su manera.

La gente de historias normales no entiende la normalidad de otras historias que no se parecen a las suyas.

Tenía dos años y pico cuando lo abandonó su madre.

Era de noche cuando ella se fugó.

Lo encerró en el cuarto, en la oscuridad y le ató un pie a la pata de la cama,quizás por precaución, para que no la siguiera o algo así, como una forma de tenerlo a salvo o vaya a saber qué. Así que él intentó seguirla y se cayó. Se rompió la boca contra el filo de un mosaico suelto, en esa pieza oscura. Guarda el recuerdo del golpe, del gusto ese de sangre estrenada en los labios y de que lloró en la oscuridad.

Lo rescató una vecina, como un día después, cansada de escucharlo berrear.

Llamó a su abuela y tuvieron que saltar la tapia que separaba ambas casas.

Nadie encontró a su padre porque seguro andaba por ahí, escondiéndose con su militancia comunista a cuestas, en algún escondrijo de quién sabe.

El marido de la vecina saltó la tapia, también harto de que el chico de al lado no lo dejara dormir ni en toda la noche ni en toda la siesta, con aquellos berridos de cordero atado a la pata de la cama de sus padres, encerrado ahí, en esa habitación, gritando maaaaaa, maaaaa...

Le contó su abuela que él estaba ahí en el suelo, dormido y chupándose el dedo, meado y cagado, igual que un perrito. Frase elocuente de la abuela. Atado, meado, igual que un perrito.

La vecina, también le contó su abuela, que le dijo aquello de “Uno no sabe si meterse, porque cada casa es un mundo, pero hay que ver como le pegaba tu nuera al chiquito, Cata. Pero yo no sabía si decírtelo. Una no sabe si se tiene que meter en como una madre educa a su hijo”.

No recuerda que su padre lo haya acariciado, pero sabe que lo educó bien el poco tiempo en que vivieron juntos. Le dijo que si quería ser un buen hombre, fuera siempre honesto. Una visión muy sencilla de una verdad enorme.

Para que no fuera bruto como él “que tenía apenas sexto grado”, repetía las pocas veces en que se veían, le inculcó a cintazos la contracción al estudio, sin advertir que él ya tenía una pasión desaforada por los conocimientos y que era capaz de leer hasta los envoltorios de papel higiénico, debido a su desmesurado afán lector. Ahora que lo piensa, los libros y todo lo que estuviera escrito, eran otro planeta. El se mudaba ahí.

Su abuela era una mujer serena y triste, amante de la ópera y de misa diaria a la que lo arrastraba (circuncidado o no le daba igual) aspirando, supuestamente, a que en vez de escritor como pretendía la ingente vocación del nieto, lo hiciera Papa la suya por el catolicismo. Así él aprendió todos los rezos que se pueden rezar de rodillas, como lo hacía rezar su abuela.

A su padre lo mataron por ser un tipo incómodo como delegado obrero.

La abuela murió enseguida atrás de él, porque la vida ya la había gastado mucho y se le habían terminado las ganas de ser fuerte.

Nunca entendió por qué lo mandaron a vivir con su madre, las Autoridades del Menor. A veces uno está mucho mejor solo que mal acompañado, así que él estorbaba a su madre en todos lados y ella le hacía sentir siempre que era una “visita non grata” en esa casa que compartía con algunos machos de turno de los que se aburría tanto como de los hijos que tenía con ellos.

Como era el mayor de aquellos cuatro hermanos de cuatro padres distintos, en la cosmogonía de su madre y sus molestias, era el mayor de los estorbos el que tenía que volver no estorbosos a los estorbos más chiquitos, así que cuando empezó a vivir con ella, que, gracias al genio del que estaba dotado, fue poco tiempo, en vez de ir a la escuela, crió hermanitos que no molestaran. De ese modo, evitaban todos malos ratos y tratos.

Una vez le dijo a su madre que él quería volver a la escuela y que ella era una bruja que los maltrataba.
Ella, ofendida, le pegó con una sartén en la cara y le voló la mitad en chanfle de un incisivo de los permanentes. Así se quedó para la posteridad. Él lo dejó así, roto en el medio de la sonrisa, como esos recuerdos en los que uno se obstina y que sabe que no sirven para nada, pero los guarda porque los guarda.

Arreglarse un diente partido no cuesta nada, pero él no quiere.

Las relaciones con su madre empeoraron mucho con el último de los machos que trajo a la casa.

Ella estaba perdidamente enamorada, hasta el punto de negarse a ver que era un psicópata. Él había aprendido el término en un libro y estaba convencido, cada vez que el tipo manoseaba a sus dos hermanas, que era un psicópata hecho y derecho.

Un día violó a la mayor.

Él era muy chico todavía y se calló a pesar de que ella lloró mucho abrazándolo. No supo bien qué hacer.

Cuando el macho de su madre quiso insistir con la más chiquita varios días después y que lloraba mucho más que la otra, porque justamente era muy chiquita, el tipo le pegó con tan mala suerte que la hermanita cayó al suelo y se golpeó contra la cama.

Ahí, él supo que hacer. Agarró la pistola de aquel hombre y lo mató.

Cuando fue a consolar a su hermanita y decirle que no tuviera miedo, que el hijo de puta no la iba a lastimar, no pudo. La hermanita también estaba muerta.

- Ya ven. Desde chiquito me gustaron las armas y desde chiquito sé para qué sirven-  terminó el comandante el relato, mientras alguien echaba otro leño a la fogata de la guitarreada.

 (De: Psicoámbitos)


Viraje (Kivu Norte)


Día O

Holowitz suele decir que es el olor. Como los German Shepard, understand? que tienen ese olor a perro ovejero alemán imposible de ser disimulado ni con camuflaje.

Es el olor o los gestos tienen olor o huele la mirada o se hace olor el silencio, porque de otra forma...

“Es la primera vez que viajo en la aerolínea de Jordania ¿usted? ¿Ya viajó antes en la Aerolínea de Jordania?”, y acomoda como puede un equipaje de mano que se enreda en su crucifijo mientras sonríe tratando de no incomodar a nadie, ni siquiera al Cristo crucificado con el que pelea para que le devuelva lo que le ha aferrado con la mano izquierda del madero.

“Si, yo también voy ahí”, y no sonrío porque no creo que amerite sonreír la mención del destino y ella hace lo propio tal como lo dijo, sacando el tema por evitar mencionar la soledad o el miedo o la angustia, igualmente solemne y bajando los ojos, “si, si”...y un último si, casi inaudible, porque las otras hermanas quedaron en las otras butacas “y estuve hasta último momento pensando si debía, entonces dije que si, si”, “igual que yo”, le digo, por decir algo, “así que ahora viajo entre ustedes, bueno, es lo mismo, todo es un apostolado”, dice todavía tratando de domesticar sus dudas a favor de sus convicciones, “me ponen nerviosa los aviones y con este tema de...cuando me dijeron que la aerolínea era de Medio Oriente...”

Yo la miro entrecortarse mientras habla, como si el hombre tuviera más poder que su Dios en ese instante mientras su mano larga aprieta el crucifijo, compulsiva, “usted”, porque Huarkaya que está del otro lado no la mira y parece un animal agazapado en el fondo de su butaca después de haberme dicho “monjita joven que desperdicio” antes de darse vuelta hacia la ventanilla y quedarse ahí mirando el océano, “¿es la primera vez? yo nunca fui antes, debe ser eso los nervios con todo lo que se oye, como ir a ayudar en el infierno”, no para de hablar.

“Mejor si haces callar la santa”, habla Huarkaya desde su fondo oceánico, “que me pone nervioso, háblale de algo bonito que no quiero que me anticipe más infierno”, “yo tampoco”, le susurro a Huarkaya, porque ella está enfrascada en explicarnos que estudió a fondo el tema de las mujeres y que esa es su misión, por las mujeres, que Dios se la dijo en sueños y ella aceptó, aunque le dan mucho miedo los aviones y encima la aerolínea es de Medio Oriente.
“Quiero despertarme en Jartum”, pienso confiando en la última comunicación de Holowitz, “aquí estamos con la fuerza paquistaní esperando por ustedes. Necesito hablar contigo, urgente.”

No sé si le sonrío a la monjita joven de anteojos que me cuenta las cosas que le pide su Dios que haga para probar su servicio, “¿y usted, también lo siente como un apostolado?”

“A mí solamente me habla el Diablo”, murmuro dándole el gusto a Huarkaya con el tema de hacerla callar. “Pero yo no me decido a escucharlo”, agrego para mí pero no para ella.








2

Milenium, Servicio de Paz, Cancillería, Ministerio de Relaciones Exteriores. Sello. Firma. Orden. Burocracia.

Huarkaya sigue protestando detrás de mí, mientras el tipo trata de leer mi credencial.

“¿Qué otra gente puede querer viajar hasta aquí?” gruñe, molesto con el tipo que le da vuelta al papel de permiso de ingreso a la República Democrática del Congo “¿un problème? avant, avant”, incita su voz como si legrara el aire.

Huarcaya ya se hizo amigo de todas las monjas y habla con ellas mientras el tipo va descifrando de qué países llegamos, antes de cargarnos en la avioneta, no sea que su información sea otro bluf como todo lo que se inventa para tapar la realidad.

“Mata dos pájaros de un tiro”, le digo a Huarkaya que se ajusta el cinturón protestando todavía, “lleva gente, trae coltan” y la monjita que siempre se me sienta al lado, “misionera, soy misionera ¿qué es el coltan?” mientras Huarkaya arruga su cara inca con gesto violento y regresa a una nueva ventanilla para mirar un océano verde y turbulento en el que ya tiene asumido que es imposible nadar y estamos condenados a ahogarnos.

“¿Qué es el coltan?”

“... porque una vez lo juramos no hay que”

“¿qué es el coltan, mayor?”
“...no sé. Goldberg, no es tan desprolijo”

 “ya estamos acá, ¿qué está mal?”

“aquí, aquí, en persona ¿ok?”

“Todavía están ahí” le digo a Huarkaya, mientras otra monja le explica a la monjita algo sobre los teléfonos celulares, Bayer y Toshiba.”

¡Qué espanto!”

“Espanto es lo único que vas a encontrar acá, hermanita”

Huarkaya se ríe contra la ventanilla.

“Andá preparando el estómago”.

Después de tantas horas de viaje ya sé que se llama Virginia, “¿de qué otra forma podría haberse llamado?” me preguntó Huarkaya cuando ella lo dijo en voz alta, “ya lo sé”, me contesta acerca de su estómago la hermanita Virginia, y vuelve a contar el mensaje de Dios mientras Huarkaya dice amén, en un avioneta que rasa sobre el país más rico del mundo en que se libra la tercera guerra mundial aunque nadie lo sepa.



De: Viraje (Kivu Norte - Tercera guerra del Congo) - ed.  2009

Aquel no era yo








No es una película de ficción. Es un documento de identidad de la realidad que nadie ve.

Como el que figura primero "se privatizó y el que le sigue es solamente un avance, lo que quiero que la gente que lea este posteo vea, se puede ver directamente en esta dirección que le debo a Jorge Aussel haber encontrado:

http://www.malvin.biz/2013/08/ver-pelicula-aquel-no-era-yo.html

Cuando me tocó a mí una situación similar, yo les hablé de Maradona. Eso me salvó la vida, sin que suene raro, me salvó la vida. 




2003

En el sórdido centro de la tiniebla piensa en el sol, trata de recordar el sol, el último sol que vio antes de las lluvias así que cierra los ojos como buscando en el interior de ellos un telón de cine en que proyectar otras imágenes, pero solamente se le llenan de chozas arrasadas una y otra vez arrasadas ahora también adentro de sus ojos llenos de gente masacrada que también sus ojos masacran estando cerrados, una y otra vez, entonces los abre y los pasea por el campamento de niños soldado y se pone a pensar que los uniformes les quedan muy grandes, que parecen payasitos, que parecen disfraces de soldado eso que les cubre el esquelético hambre que padecen y están ahí como un bulto de guerra, mirando sin mirar alguna cosa, como maniquies de soldado que sostienen un arma demasiado grande para sus cuerpos exiguos, diminutos, desproporcionadamente flacuchentos.

La humedad se le mete en las heridas, en las magulladuras de los golpes y le duelen las manos hinchadas porque está muy apretada la ligadura que le ata las muñecas para que se quede quieto ahí donde lo pusieron y todo el que pase cerca tenga derecho o deber de pegarle, está en la duda de si esa facilidad es un derecho o un deber del odio, pero igualmente, todo el que pasa ejerce lo que sea y después se le queda mirando porque él también lo mira y en ese intercambio de miradas entre el vencido y su vencedor hay un código infinito de secuencias que relata la historia de los golpes y de la humillación y la venganza.

Antes le explicó a uno de los médicos que los niños son mucho más eficientes en combate porque no se hacen las cuestiones que se hacen los adultos, responden correctamente a las órdenes y tienen menos prejuicios a la hora de matar, lo toman como algo en cierto modo lúdico, explicó observando los ojos atónitos del mismo médico que ahora atiende precariamente en un hospital de hule que huele a podredumbre y de vez en vez le dirige los ojos del espanto para comprobar que él todavía está vivo ahí como si que él esté vivo les asegurara a los médicos la propia supervivencia mientras intentan remediar lo irremediable con los cuatro suministros hospitalarios que pudieron rescatar del camión incendiado durante la emboscada. Cuatro ineficientes suministros para entrar con ellos a esa jungla en la que no para de llover y él piensa que en cualquier momento esa carpa inestable va a ceder sobre los heridos, los amputados, los pútridos y los médicos. como un lago selvático que lave el olor a carne descompuesta y a dolor y se lleve la sangre hacia algún río.

Cello hembra


—¿Por qué no dejás de una vez ese trabajo horrible y te dedicás a escribir?.. Solamente a escribir.

Desde la cama, él inclina los ojos y suelta una especie de rebuzno que la almohada ahoga. Cierra los ojos encima de ese sonido desinflado y quejoso y retiene detrás de los párpados, aún, el contorno de las piernas de ella, a contraluz sobre el atardecer.

La escucha por la habitación en la que duermen juntos dos veces por semana y piensa que es casi la regularidad de un medicamento esa costumbre de oler el uno al otro un largo rato en que el mundo se va de donde están y quedan ellos, solamente ellos, en una isla de sábanas.

Ni siquiera están seguros de quererse aunque aún se desean. O de haberse querido alguna vez, cuando empezó el deseo y esa complicidad aventurera de encontrarse en diferentes lugares del planeta y hacer siempre lo mismo: mudarse a esa isla repentina donde quedar desnudos y esenciales.

Son dos objetos rotos por la vida que las manos de ambos rearman encima de una cama, como las de los maestros jugueteros rearman muñequitos. Juegan a Barbie y Ken un rato húmedo.

Sus vidas por el mundo hacen cosas con ellos y él recuerda aquella tarde en Praga.
Ella le habló de que le faltaba uno de los pechos y esperó que él huyera como algún otro hombre con el que no durmió.

Él se quitó la ropa como siempre y le enseñó su propia cicatriz diciendo: a mí también me volaron la teta...la guerra hace estas cosas. Estamos empatados, ya lo ves. Si te impresiona me dejo la camisa.
Ella se echó a reír entre dos lágrimas.

Suena otra vez el prit, prit, prit que llama desde el deber todavía sin cumplir.

—Bueno...Gracias a “tu trabajo” no tengo más remedio que ir al ensayo.– dice ella y termina de cepillar su pelo largo como un gato largo que le talla la espalda con un ala– Si no te llamaran del trabajo...– protesta– podríamos tomarnos una caipiroska...y después ir al Patio Bulrich a comprar algo lindo...ir a cenar. Volver...dormir. Y mañana desayunar como dos viejitos que se quieren mucho.

El piensa que no son viejitos ni es “mucho” lo que se quieren, pero sonríe igual.

—Te paso a buscar por el teatro.– concede, condescendiente con aquella caricia que ella ha expresado igual a un deseo quieto de un poquito de paz, hablando, sin tocarlo más que con la voz y su poder de entrega.

—¿Me llevás? Así no saco el auto...–ronronea ella y le tiende la trampa que chispea en sus ojos de pájara indomable. Le cierra el camino a las excusas de “no pude ir”, con su elegancia de Sofía Loren adelgazada y triste, porque como le dicen a ella sus dos amigos gay: “el bandido es muy cuida”.

Él se deja entrampar, haciendo un gesto de muchacho maldito que ha cedido.

Son sin embargo, ambos, seres migratorios, como las golondrinas.

(De: Novelas robadas sin terminar)


Sin



Hoy me desperté huérfano. Un huérfano de arena desleída que se va disgregando de costumbres solas en esta humedad sobre la almohada y me dije: No voy a escribirte ni a escribirme. No esta vez. No en este febrero. No voy a repetirte en los rincones de apuñalar mi calma ni voy a llevarme alguna prenda tuya a la nariz, por ver si estás presente en los largos fantasmas del aroma.

No voy a hacerlo porque sigo enojado con tu nombre.

No voy a hacerlo, porque sigo furioso con tus palomas volátiles y tus circunvoluciones a la Tierra y tus llantos estériles y tus megalomanías de apoteosis griegas.

No voy a escribirte porque todavía me siento traicionado como nunca me traicionó nadie y más de lo que pudiera traicionarme yo mismo.

En este 18 de febrero, me voy a reír de cuantas tonterías se me ocurran para cubrir con ellas tus restos por mis cosas y no voy a ir a la misa que lleve a vos aunque el Gordo me cague el teléfono a mensajes y me curta la casilla a mails diciéndome que soy un mal hermano porque yo no voy a tus misas sin que me quiera morir un rato antes porque no estás conmigo y yo si estoy conmigo, con el alma cada vez más flaca, igual que un perro flaco que espera por un dueño que se olvidó de él.

Ya me ves. Estoy todavía como me dejaste acá, abandonado a mi merced y triste, tanto, que no me queda ninguna tristeza por probar, ni siquiera la que me llevabas de ventaja. Ahora a mí también me mataron un hijo y no estuvo tu hombro para que yo llorara. Hasta para eso me dejaste solo.

Así que no voy a escribir nada sobre vos ni para vos, porque estoy rabioso de dolor y ciego como la oscuridad. Siempre estoy rabioso de dolor cuando te pienso, pero lo disimulo como un duque. Hasta eso aprendí. A salir adelante sin nombrarte, porque ya no me sos en las vértebras más que un sordo dolor invalidante y no hago la apología de mis mutilaciones, ni siquiera en tu oído.

Igual lo conseguiste, Pichón. El rudo de los dos está llorando.




De las cartas cerradas y otras incoherencias (toma X)

Chinesse garden by Kalyka


La fragancia de flor

Seguramente despertó un día de edredones doblados y papeles dispersos que me olvidé encima de sus pechos.

Huí mientras ella dormía y en mi huída, abandoné papeles por los que no supe nunca regresar. Cuando ella despertó, yo era una sombra y el sonido lejano de un tren se ponía en marcha, como parte la vida.

Desaparecimos uno para el otro igual que las cosas quemadas. Una mano de viento se ocupó de nosotros como astillas que vuelan a rincones donde nadie preguntará por ellas.

Los dos vaciamos con cosas nuestros bolsillos llenos y ahora sé que hay codicia en los ojos de otros cuando la observan caminar entre la nieve de las fotos antiguas. Y en mis ojos también, hay una muda y contemplativa codicia dulce, ceñida, lejos de toda periferia.

Ella se cambió el nombre.
Yo también, como siempre. No le duran los nombres a mi vida.

A veces, cuando tengo más tiempo, sobre todo durante las altas madrugadas, entro al hábito de su melancolía y empiezo desde el fondo, como si pudiera pasar las manos por sus monedas mágicas y me quedo ahí, pasando los dedos por sus monedas mágicas sin saber si la maga me ve, porque solamente percibo su hálito en esa habitación y no sé si escucho el corazón de sus pájaros o el suyo.

No es el mío, porque yo no tengo corazón.

Algo así me pasa. Es muy raro lo que me pasa.  Y no querer evitarlo es lo más absurdo del ensueño. Me dejo estar en él como si por fin alguien hubiera llegado a consolarme.

(De: Poiesis)


Sistema límbico (otros holocaustos)



Ven a mí, animal descoyuntado,
ven
con tu lengua rota
y tu saliva de filante acidez
y tus viejos escrúpulos que convulsivan
hartos de los placebos.

Ven a mí, animal a pedazos
rajado como el búcaro del poema
y desaguado con desorden
igual que un desván antes de una mudanza
ocupado con las cosas más púdicas
ahora ofrecidas en una venta de garaje.

Acércate a todos mis cuchillos de acariciar.
Acércate a todos mis dientes de despedazar.
Acércate a tu muerte
pasivo
ovejuno
flácido como un guante de cirujano
sin la mano que opera

untado en tantas sangres
que nacen ADNs de monstruos
de tus dedos en acto de silencio.

Acércate como los niños felices
y las amantes calientes
y las madres que corren hacia sus hijos muertos.
Se imprudente una vez
y dejate vivir como una planta arrancada
del mundo de la espiga.







Ápice de lamed.
Curva de tzadi.
Pregunta de guimel.

Y todo este equipaje de mi boca
llegando desde el puerto de los muertos
con un arma de ángeles y pinos.

Nieva sobre la piel del resquemor
una paz de ladrillos
un escozor de púa que cimbrea pañuelos rotos
y pechos de pájaros
que se van resecando como todos los pechos
cuando sufren.

Nos alejamos en botes de pescador de algas
y las buenas riberas
son apenas puntos y renglones
de un mapa todo mar donde no hay islas
en que recoger agua.
Un largo mar de espanto que se enciende
como el fuego de un trueno

que la conciencia olvida.

Novela negra



Un bicho vertical, ahí sentado, que huele a orina seca en los calzones y a paspadura llagada entre los pliegues de animal faenado.

Una roña satírica, que intenta hacerse linda mientras hiede a sudor, como una ropa rancia amontonada en un rincón con mierda.

Nos miramos como cosas difusas, puteándonos los ojos con el gesto de entornar la mirada y tasar si ese que está ahí es socio o enemigo.

¿Por qué me gusta hacer estas chanchadas?

Supongo que porque las sé hacer y no me queda un puto solo resto de bien en algún lado, entonces me asomo a mi justicia como un fumigador encuentra un nido repleto de alacranes. Simplemente fumigo, con cara de fumigador que dio con el nido de alacranes del que habló la vecina.

Hay un silencio sólido en ese cabarute mala muerte, de putas falopeadas y cortinas de hule, que regentea el cerdo que me mira, con su boca de cerdo que ordena a sus cerditas jugar la carta bien.

Pero no hay cartas en la mesa que rula. Solamente ese póker de miradas que se estudian en una especie de confusión agria de “algo no está bien y no sé qué”.



Le importan pocas cosas.
Cuando se seca las manos, piensa que nadie le pasó lejía a esa letrina en mucho tiempo y por eso está toda cementada de una pasta dura, ocre meada.
El cuerpo es eso. Un cuerpo.
Está ahí, en actitud de vomitar el fondo de su estómago, despatarrado al pie de la letrina y casi aferrado a ella.
Cosa opulenta y fofa, que ocupa prácticamente todo el espacio promiscuo del retrete y lo tiene a él, arrinconado contra una pared, en un ángulo pequeño, oloriento y repleto de zumbidos de mosca.
Le costó extraer la cabeza porcina de adentro del agujero, pero cuando se enoja, tiene una fuerza extraña, como una voluntad.
—Esto es por el Sapito y por Maguila.– dice, antes de salir sin mirar más que la desconchada puerta que su mano ha empujado hacia el sol.
Pero no mira el sol. Mira los vómitos.
Hay vómitos alrededor, por donde anda con un paso tranquilo de “a rey muerto, rey puesto”.
—Saquen a las chichis antes que venga alguien– le dice a alguna gente que lo mira como a un elemento funerario.
Los que lo miran se ponen diligentes y un tímido desfile de cadáveres vuelve muy dark el fondo de la tarde.
Ellas andan a tientas, dolorosas, inexpresivas, putas, como garzas sin alas, recogiendo pedazos de un aire en el que se disgregan.
Él las mira pasar mientras las cargan en una Trafic blanca, como un montón de vacas desgarbadas y transparentes, que suben al camión del frigorífico.
Cierra los ojos y el fuego, a su espalda, se levanta al cielo.
Y todo se termina cuando los vehículos se van, tragados por la espesa polvareda.



Mientras bebo del pico de la Gatorade alguien me pregunta por qué no agarré eso que me ofreció.

—Por esa cantidad, todos venderían a su madre.

Yo no contesto y muerdo el sándwich de mortadela y queso  porque ninguna de esas cosas se contesta.

—Soy húerfano.– murmuro.


(De: Del trabajo de a-gente y otras leyendas urbanas)

Imagen: House of the past by T. Balasz

Los pájaros golpeados


El Escriba tiene en los músculos esa impaciencia de todo animal joven que necesita probarse en la entereza.

No puede dormir adentro del silencio de la enorme sabana,  así que anda, siguiendo un rastro que se le pierde a ratos y que su compañero recupera, supone El Escriba que por olfato y tacto, mas que por ver con esos ojos zarcos que parecen ser ciegos.

Camina en el afuera de su oscuridad propia, en otra oscuridad en que cada segundo es importante, vital, tan necesario que no puede dejarse a la deriva.

Hace muy pocos días que estrena el “capitán” que nadie dice en un grupo sin rangos y no lo asume aún. Piensa en su abuelo mientras anda y anda, trotando de costado en las estrellas que caen en su mundo paradójico.

Todo en El Escriba es una paradoja sin remedio de la que se hace cargo.

Piensa en Von para olvidar las llagas que tantas horas de andar le van abriendo encima de las otras, pero es parte del juego de ser él, luchar contra el dolor ácido y firme que le envuelve los pies bajo las medias.

Kimbu, su compañero, es un joven descalzo. Un animal febril,  ágil y bruno, que salta y habla mucho, como un niño que desea que le cuenten cuentos.

Mokèlé-mbèmbé insistió en que lo llevara, porque nadie conoce el camino de esos hombres mejor que ese muchacho con el que ahora El Escriba comparte tierra y noche.

Es una voz en cierto modo afónica y quejuna, que insiste en explicarle las tragedias y le cuenta –otra vez– como empezó a morir la gente de las aldeas de la línea de agua.

Von demoró en entender qué sucedía porque en esos lugares suceden muchas cosas, todas terribles, y todas pueden ser producto del desastre o producto del mal. Así que Von demoró en comprender la magnitud del caos que enfrentaba.

En su mente de hombre bueno no cabían hipótesis horrendas aún cuando también las barajaba entre las otras que enfrenta todo médico de crisis, dentro de la lógica horrorosa.

Cuando alzó al fin la voz, no lo escucharon. Fue entonces que gritó –había dicho Mokèlé-mbèmbé y ahora repetía el compañero de los ojos zarcos que guiaba al Escriba– y fue al gobierno y a la justicia y como nadie lo escuchaba, cruzó líneas y de ser por Von, hasta Dios mismo hubieran llegado sus reclamos.

El Escriba desvía los ojos y mira al muchacho que continúa hablando como quien cuenta cuentos.

Llegó tan alto con sus gritos y con sus cartas y con sus documentos y con sus reclamaciones, que ese hombre delgaducho y pálido, de gafas tan gruesas que impedían distinguir el color de sus ojos y que andaba de guardapolvo blanco por su pequeño mundo de personas sin sanidad ni pan, se transformó en un hombre peligroso. Así, tan aparente-mente anodino y médico en la nada como Von era, también era un hombre sin temores y un investigador reconocido, cuyos trabajos sobre enfermedades en el África se publicaban en sitios prestigiosos y eran atendidos por la OMS.

—El que viene al África, sabe que en cualquier momento puede morir. No es un lugar seguro este lugar.– había dicho Mokèlé-mbèmbé, antes de despedirse del Escriba y de su acompañante– Los que quieren volar, son apedreados. Procura no ser el próximo en la lista que Von encabeza, debido a “este asunto”, Licaón.

El Escriba camina como un pájaro que va dibujando la noche con su sangre.

Sabe que llega tarde a los pasos de Von.

Sabe que los que se llevaron a Von, también llevan ventaja.

Sabe que solamente debe hacer contacto y mandar a Kimbu de regreso con las coordenadas, para que alguien venga por los dos, si acaso siguen vivos para entonces.

En la oscuridad, El Escriba es un perro que corre tras un olor perdido y que por momentos quisiera tener alas.

(De: Fotografía de Von)




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Feria del Libro de Jerusalem - 2013

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Acto de fe

Necesito perdonar a los que te odiaron y ofendieron a vos. Ya cargo demasiado odio contra los que dijeron que me amaban a mí.

Irse muriendo (lástima que el reportaje sea de Víctor Hugo Morales)

Hubo algo de eso de quedarse petrificado, cuando vi este video. Así, petrificado como en las películas en las que el protagonista se mira al espejo y aparece otro, que también es él o un calco de él o él es ese otro al que mira y lo mira, en un espejo que no tiene vueltas. Y realmente me agarré tal trauma de verme ahí a los dieciseis años, con la cara de otro que repetía lo que yo dije tal y como yo lo dije cuarenta años antes, que me superó el ataque de sollozos de esos que uno no mide. Cómo habrá sido, que mi asistente entró corriendo asustado, preguntándome si estaba teniendo un infarto. A mi edad, haber sido ese pendejo y ser este hombre, es un descubrimiento pavoroso, porque sé, fehacientemente, que morí en alguna parte del trayecto.

Poema 2



"Empapado de abejas
en el viento asediado de vacío
vivo como una rama,
y en medio de enemigos sonrientes
mis manos tejen la leyenda,
crean el mundo espléndido,
esa vela tendida."

Julio Cortázar

Mis viejos libros, cuando usaba otro seudónimo y ganaba concursos.

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1a. edición - bilingüe