Apendicitis crónicas (las páginas colgantes)

TEORÍA DE LA PROSA - IRRESPONSABILIDAD DEL VERSO - IMAGINACIÓN DEL ENSAYO - INCERTIDUMBRE DE LA REFLEXIÓN

El vertedero

Uno aprende a contenerse solo. Aprende de su soledad a contenerse solo, a enmarcarse y encuadrarse, a afirmarse aunque sepa que se está doblando, a levantarse de todos los suelos.

Uno aprende a estar solo con la voz de la tragedia, mirándola. Aprende a valorar la desventura, la vida cuando se parte en dos o en cien pedazos, aprende el peso exacto de una lágrima y a cerrar también la puta boca, cuando siempre es mejor cualquier silencio que “cualquier” palabra.

Uno aprende a focalizar la resistencia dentro del corazón que se cuartea. Se come el corazón, lo escupe a un lado, lo corre de las vísceras, le dice: sheket. sheket. Y la tragedia ahí. Late en el aire, en los cuerpos ajenos, en las cuencas sin ojos, en la arena que corroe la mirada con esa condición de ruido ríspido, de ruido que se mete entre los otros ruidos y pica y te molesta con su asfixia.

El viento, que jamás hace silencio, entonces crece sobre las cosas como un silbo ruinoso, asimilable al estertor de un pecho asmático.

En la vacía inquietud, la vida es una situación inaparente. Sólo el viento. Sólo el polvo. Sólo esa voz inhóspita y sibilar, larga, chasqueante como llena de crótalos que vibran enredados en algunos espinos.

Los oídos se llenan de eso. Se pueblan de ese idioma de aire en rebeldía, vestido con andrajos que se vuelan.



No dije “caven”. No lo dije. Empecé a cavar y los que venían conmigo me imitaron, como si fueran viejos hacedores de trincheras, de esas trincheras de desierto, que se llenan de arena y que nunca se vaciarán del todo para que quepa el hombre.

La pala chocó con esa cosa blanda y resistente. Chocó con ruido a blando, a que chocó, a que algo hay ahí.

Después de un rato, la visión parecía un sueño de soldado, esos sueños del síndrome postraumático que no te deja en paz, donde todos son muertos, donde todos son pilas con muertos que te hablan, donde los muertos lloran, donde los muertos gritan y reclaman las cosas que no hiciste o las que hiciste, donde los muertos, despacio, se deshacen.

—Carajo…los tiran sin coser…Los tiran sin coser, como basura. Los tiran sin coser.

Frente a los ojos de los excavadores que acaban de desenterrar un sueño de soldado, hay una fosa. Una fosa común llena de niños negros. Una fosa común llena de niños y muchachos negros, que intentaron cruzar hacia la vida este desierto que se vuelve más desierto, más ancho, más extraño y mudo e invencible.

Se apilan así, torpes y eviscerados, algunos sin sus ojos, abiertos como reses, extrañamente abiertos, despanzurradamente abiertos, como sacos humanos que no contienen nada.

Niños negros sin patria y ahora sin órganos, echados en una pila que no tiene nombres, y que es sólo una pila en que se apilan cuerpos de niños y muchachos negros, como cosas negras que no tienen ni ciudad ni calendario. Sólo cosas vacías. Sólo cosas.

—Que alguien le avise a Amir que ya localizamos el vertedero.– digo.

Pero nadie obedece. Todos están absortos como muertos que han quedado de pie.


Imagen: Nuit blanche by Zaponk


Historias que no tienen mansedumbre



"Esta rotunda soledad de bestia y este yugo y esta condición de titán que acaba arrodillado, me unen a la montaña como un sismo que intenta deshacerse despacio en un gemido.

La piedra que nos habla nos transforma en un grito, en una identidad, en un pedazo de su voz de piedra.

Somos sólo el reclamo de las cosas, la vanguardia que late acribillada en el dolor de un rostro mal tallado por el extraño escoplo de la vida.
La raíz yace afuera. Es esa cosa afuera, desterrada; ese árbol arterial al que han arrancado el corazón, la trama de la sangre, la existencia de la tenacidad."


—No escribas más…corramos.

El viento nos lastima con sus pájaros.



(De:Ius soli-El diario del Kurdistán)


Especular





Se observó en el espejo. Y allí, mientras recortaba con minucioso esmero esa sombra de barba que perpetuamente le cubría los rasgos como una pátina de cuidada dejadez, vio las ojeras nimbándole los párpados.

Las conocía. Eran el primer síntoma. Luego venían todos los demás.

El estrago empezaba por ellas, como un cono de sombra que avanzara ganando todo el rostro.

—Maldito virus.– murmuró en voz alta y continuó civilizando la barba que luego de varios días aparecía con inculta vocación haredi.

En el espejo había cicatrices. Tantas cicatrices que el pecho amplio de compulsivo nadador parecía un mapa escrito por tragedias.

Pero las tragedias no estaban allí, sobre esa piel de morena violencia, sino adentro, en las zonas donde nadie era capaz de aventurarse, porque Roguiel era un matador de excursionistas. A nadie permitía peregrinar a sus secretos tórpidos ni a sus fosas comunes.

Sólo exteriorizaba de él lo que él deseaba exponer del amplio territorio de su espanto. Lo revelaba con un humor ágil, casi despreocupado, juvenil, verborreico, como si fuera un muchacho retozón, inconsciente del límite que poner a su boca.

Todos pensaban que era fácil conocer a Roguiel, porque él se manifestaba con vocación de animalito simple al que le gusta hablar de sus hazañas y apuesta confiado a todas las ruletas.

Tenía los ojos hondos y gastados, a veces impermeables y a veces habitables. Y la sonrisa estrecha, torva y ácida, que podía transformar a placer en un gesto gentil que reservaba para poca gente.

Mientras pensaba eso, el prit, prit del satelital lo llamó al orden.

—Se filma en exteriores.– dijo David Rojas, desde su extremo del aire, al hombre que miraba al hombre en el espejo, responder un llamado a lo real.

—Copiado.

—¿Sucede algo?

Las ojeras de ese color rojizo, casi achocolatado, eran el primer síntoma. Después, llegaban todos los demás.

—No.– respondió Roguiel, conformando la ansiedad de aquel hombre macizo con el que había caminado el mundo entero recopilando historias que no le interesaron nunca a nadie que no fuera él.

David Rojas lo conocía bien, como Guido y tres o cuatro más para los que su corazón aparecía, como en una prestidigitación emocional desde aquel país de sombra interna que era su interior.

Abandonó el espejo, recogió sus elementos de trabajo de sobre la mesa y salió de la casa envuelto en el aroma habitual de la medina como en una tempestad de jazmines y pescado.

(De: El guión de Congoja)

Ejercicio del macho





De todo hay en el gremio, sindicados
en el orden caudal de las pelotas
como si la condición péndula te hiciera también hombre.

Como en todas las cosas
la discrepancia accede a los altos niveles de polémica
sus variados discursos.

Y uno que se jacta de saber de mujeres y de hembras,
de yeguas, de rameras y de monjas,
de listas y de imbéciles,
de santas que te achuran
y de guerreras que se rompen solas
se transforma en un ente
que no gime
ni gruñe
ni babea
por dos tetas bien gordas y un culo cimarrón.

Aprende que la concha se moja o no se moja,
que el orgasmo se finge,
que el bicho seductor te manipula con sus garras de seda,
que te chupa la sangre,
que te escupe mordido a la basura
cuando perdés el gusto como un chicle

y que sos un boludo.

Sobre todo te enseña la ancha condición de pelotudo
que jamás se entenderá con las mujeres.

Hasta que llegan esas que son esas
como un raro compendio de lo humano.

Esas que saben mucho y dicen poco,
que juegan con las cartas que no viste mezclar en la baraja
y siempre tienen póker
y hasta cuando lloran cantan póker
con ases de la vida.

Esas que no son esas o son esas que son
porque están sabias
maduras
maderosas de moras como un vino tannath,
complejas y altas
y vienen del camino con todas las cabezas
de los muertos del alma colgando de sus manos.

Y uno que no gime ni gruñe ni babea
por dos tetas bien gordas y un culo cimarrón
se clava a esas mujeres en los ojos del hombre
que se descubre hombre
ni hijo ni baboso ni llorón ni jodido
ni me falta la teta
ni soy un inmaduro que busco una mamá para mis nanas.

Se enmacha de repente y se endereza
la parte mujeriega y la gimiente
y dice:

esa mujer que choca con mi raza
es la mujer que quiero para mí.


Imagen: Femme battue by Mael Baussand


Inflorescencia





Recordó, al pasar, la noche en que decidió construir la biblioteca de madera, "con la habilidad que Dios me dio", pensó, para albergar al fin la multitud de sus libros que iban como pecios de una mudanza a otra, sepultados en cajas precintadas con cinta de embalar sobre las que una burda etiqueta en tinta indeleble contaba sus historias: literatura española, literatura rusa, literatura inglesa, árabe, griega, rumana, alemana, italiana, turca, africana, china, hebrea, japonesa, latinoamericana y así, una jungla de cosmopolitismo coleccionado en tomos de todas las épocas y edades del hombre.

Una jungla de cosmopolitismo, como él.

Mientras bebía, abstraído en una parsimonia casi ascética, de sabio que ha desafiado todas las incógnitas y ha aceptado, por fin, su supina ignorancia, se permitía la tentación.

La mujer era una joya tzabra. Una joya del rigor, abandonada a su esplendor tardío, a esa cuarentena de esfinge inapropiada, arcilla de esmalte cocido en un horno modesto del que habría emergido como un jarrón rotundo y curvo, de colores sedosos y tostados.

Tenía la boca grande, de labios aluviales y redondos como rodajas de un durazno prisco y los ojos intensos como piedras profundas y caóticas que envolvían de luz los ademanes de quién ella miraba. Y tenía, además, pechos extrusivos que sobraban con su fuerza al escote, a punto de desplegar las alas y alejarse como perfectos pájaros redondos.

Él, la observaba dejándose observar por sus ojos de hombre que codicia. 

Por momentos, notaba en ella una incomodidad que le alteraba el armónico movimiento de la respiración, dominada al instante, cambiando de actitud una y otra vez, como si no se decidiera por un traje para lucir de gala su serena belleza yemenita.

Estaba seguro, casi lo adivinaba por aquellos minúsculos tumultos: era una mujer ansiosa y sola que combatía con emociones fuertes que no se vislumbraban en sus gestos más que como un segundo tenso y áspero.

La batalla de miradas duró un rato en que él se distendió con otras cosas y ella buscó refugio en sus costumbres hasta que salió del bar con la suave soltura de un camello, sensual y femenina, hechos sus ojos todos de pestañas, caminando a través de un perfume oscuro y dulce.

Él hombre la observó dejar el territorio y lo dejó también, con un gesto de fiera que se encela. Abandonó la tácita armonía por la estimulante agudeza de la caza.

La mujer esperaba en la terraza, junto a la baranda de metal tejida con enredaderas que asfixiaban la noche con aromas. Su cabello torrentoso y brillante era una luz de viento.

Él se apoyó a su lado y le ofreció la copa que traía.

La mujer la aceptó mirando el mar.

—Eite.– se presentó al volver los ojos.

—Roguiel.– respondió él y la miró beber el Negroni mientras la boca curvaba una sonrisa.

Franz Grübber se les unió un rato después porque pensó adecuado dejarlos presentarse mientras él aprovechaba un whisky antes de que comenzaran los ensayos.

(De: El guión de Congoja) 

Monstruosidad romántica



 Sepárame del mundo
(Morgana de Palacios)


Vos sabés como es esto. En la manera
se me ha escapado Dios desde las manos
como un eco partido
un lamido de espuma en los pies de la vida
un despecho de arena a mis espaldas.

Pienso en tu costa, en tu actitud de luz,
en tu rumbo de faro entre las piedras
que moja al corazón
como una intermitente llamarada.

Pero la noche se va haciendo estúpida
en su licuefactiva oscuridad
donde todos los sentimientos se disgregan
se desandan y mutan
en otros más terribles,
en otros sentimientos más terribles
y diestros
hechos de opacidad sobreviviente.

Hablamos de no sobremorirnos,
de abandonar el rastro al infortunio,
de usar la misma barca para Estigia
por no perder el hilo de la historia
que nos hace a un tiempo, costa y náufrago.

Hablamos de esta forma del sollozo,
y de esta risa
que dobla los años que cargamos,
los años que perdimos hace años
y el brusco recupero de la gracia
a palabra por medio
recortando la noche
y sus estragos inexorablemente silenciosos.

Entra el mar de tu boca hasta mi patria.


Participan en este sitio sólo escasas mentes amplias

Uno mismo

En tu cuarto hay un pájaro (de Pájaros de Ionit)

Un video de Mirella Santoro

SER ISRAELÍ ES UN ORGULLO, JAMÁS UNA VERGÜENZA

Sencillamente saber lo que se es. Sencillamente saber lo que se hace. A pesar del mundo, saber lo que se es y saber lo que se hace, en el orgullo del silencio.

Valor de la palabra

Hombres dignos se buscan. Por favor, dar un paso adelante.

No a mi costado. En mí.

Poema de Morgana de Palacios - Videomontaje de Isabel Reyes

Historia viva - ¿Tanto van a chillar por un spot publicitario?

Las Malvinas fueron, son y serán argentinas mientras haya un argentino para nombrarlas.
El hundimiento del buque escuela Crucero Ara General Belgrano, fue un crimen de guerra que aún continúa sin condena.

Porque la buena amistad también es amor.

Asombro de lo sombrío

Memoria AMIA

Sólo el amor - Silvio Rodríguez

Aves migrantes

Registrados... y publicados, además.

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Feria del Libro de Jerusalem - 2013

Feria del Libro de Jerusalem - 2013
Café literario - Centro de convenciones de Jerusalem

Acto de fe

Necesito perdonar a los que te odiaron y ofendieron a vos. Ya cargo demasiado odio contra los que dijeron que me amaban a mí.

Irse muriendo (lástima que el reportaje sea de Víctor Hugo Morales)

Hubo algo de eso de quedarse petrificado, cuando vi este video. Así, petrificado como en las películas en las que el protagonista se mira al espejo y aparece otro, que también es él o un calco de él o él es ese otro al que mira y lo mira, en un espejo que no tiene vueltas. Y realmente me agarré tal trauma de verme ahí a los dieciseis años, con la cara de otro que repetía lo que yo dije tal y como yo lo dije cuarenta años antes, que me superó el ataque de sollozos de esos que uno no mide. Cómo habrá sido, que mi asistente entró corriendo asustado, preguntándome si estaba teniendo un infarto. A mi edad, haber sido ese pendejo y ser este hombre, es un descubrimiento pavoroso, porque sé, fehacientemente, que morí en alguna parte del trayecto.

Poema 2



"Empapado de abejas
en el viento asediado de vacío
vivo como una rama,
y en medio de enemigos sonrientes
mis manos tejen la leyenda,
crean el mundo espléndido,
esa vela tendida."

Julio Cortázar

Mis viejos libros, cuando usaba otro seudónimo y ganaba concursos.

Mis viejos libros, cuando usaba otro seudónimo y ganaba concursos.
1a. edición - bilingüe