En realidad no son los llantos. Son los duelos.
Los duelos, a veces pelotudos y a veces necesarios, que uno fabrica en base a
su propia valentía, sin tener en cuenta si los demás tienen algo de eso (a la
valentía me refiero) o son solamente un espumarajo.
Vicentico dice que tiene miedo de tanta libertad* y yo me
pregunto qué mierda hago escuchando las canciones de un tipo que dice que tiene
miedo de tanta libertad y de ver tanta verdad.
El mar, mi mundo, como nadador de aguas
abiertas. No le tengo miedo a lo que veo al salir del mar, porque justamente salgo
del mar para encontrarme con lo que me encuentro. El mar es sano y uno sale del
mar, digamos que, sanitariamente. Sale del mar, pisa el mundo, ve al hombre.
Una ecuación.
¿Por qué, sin hacerle caso a los médicos de los
que formamos parte, ciertos extraños decidimos morir en nuestra ley? Casi como
eso de ser bombardeados por el “fuego amigo”, optamos por la salud de los demás
antes que por la nuestra.
Me puse a escuchar (en hebreo) el discurso de un primer ministro que jamás representó mi pensamiento y que, sin embargo, esta
vez, me hizo llorar como si fuera un chico. Es casi lo mismo (por no decir lo
mismo) que yo hubiera escrito si me hubiera tocado dar ese discurso.
“No podés ser tan pelotudo. Yo no entiendo,
después de treinta años, esa contradicción tuya. Sos tan idealista todavía, que,
la verdad, sos un pelotudo”, me dijo el japo, mientras yo lloraba un montón con
el discurso, después de todos los años que me tomó este “por fin aprender a
llorar”.
Él no tiene amigos palestinos y yo tengo un
montón de amigos palestinos que se asustan si les toco el timbre y prefieren
visitarme en Suiza o en cualquier otro lado que no quede en sus casas.
Si supieran lo que me duele eso, seguro que me
visitarían en el Sinaí, que era terreno neutral pero ahora ya ni eso se sabe.
No digo en el Neguev porque tendríamos problemas de ambas partes porque ahí
está Gaza frontera con nosotros. Puta madre…
Tengo muchos amigos que no saben como ser mis
amigos o ya no pueden o no les está permitido ser mis amigos.
Se lo digo al japo y el japo me dice que termine
con la boludez, que las cosas son como son, como dice el discurso y nada más.
“Así son, mierda, Cuervo, que le vamos a hacer. Es como dice el puto discurso, puta
madre. Qué cosa no entendiste del discurso, la puta que te parió…”
Y en ese caso, diría Miguel Hernández, “cuánto
dolor se agrupa en mi costado”.
El japo me repite que soy el sionista más pelotudo
que conoce. “De verdad, Cuervo, sos lo más pelotudo que conozco, aferrado por
la historia al Monte de Templo y…el resto tuyo no sé cómo tomarlo.”
Por algo estudié Historia más allá de que me
guste la historia con minúsculas, la que escriben los pueblos con minúsculas y
existe, como la de los kurdos y la de los armenios de Nagorno Karabaj, siempre
en las minúsculas de la historia que usa las mayúsculas.
Como me ve en pleno conflicto y él quiere
dormir, el japo me dice:
“Los idealistas no escriben historia. Mueren
como idiotas anónimos, dentro de ella. Tu problema, Cuervo, es que no sé por qué
carajo resucitás a cada rato, si la historia esta de mierda que vivimos, te
mata también a cada rato”.
Como el japo es un tipo extraordinario, se da
vuelta y se duerme mientras yo escribo todo ésto.