El otoño está entrando en el ancho jardín que rodea la casa
y sin embargo, aún todo parece atrapado en esa temporada alta de verano donde
la alegría es un montón de sol sobre las cosas.
Pero no es un asunto del clima este fenómeno. Es una cosa de
haber hecho de esta casa un refugio en el que uno se despierta oliendo el pan
tostado y cuando llega, cuando abre la puerta de entrada al regreso de estos
viajes secos, la casa es un agasajo perfumado y profundo, que huele a chocolate
y a canela, que huele a mermelada de naranja y a maderas lustradas de
algarrobo. Huele a hogar esta casa con una intensidad avasallante.
En ella crío a mi hijo. Crío a un niño feliz bajo el amor de
una mujer serena, brillante y armoniosa, que conoce las pausas y sabe hacer del
amor una magnolia y también un plum pudding. Lo aprendió de su madre, de mi
suegra, su madre, que sin duda es un toque de Dios sobre este mundo.
Crío a un niño que se desarrolla en plenitud, como me han
dicho todas sus maestras. Un niño sano, luminoso, solidario, fuerte. Inquieto y
amoroso. Un niño cálido y ancho igual que una buena promesa, con el que juego,
con el que voy a nadar y a navegar, con el que arreglo el auto y las canillas
que pierden y al que le leo cuentos y le relato historias de la Historia. Un
niño con el que damos vueltas en la moto y hacemos sus tareas del colegio
mientras asamos la carne para todos los almuerzos de domingo. Un niño que me
interroga y que a su vez, me obliga a interrogarme.
Crío un niño que habla naturalmente tres idiomas, que
descubre el mundo con una curiosidad que me conmueve y me vuelve dichoso igual
que un niño. Creo que esto que siento es la alegría.
Mientras escribo lo veo correr remontando un barrilete y
secundado por el perro que es su guardia y su cómplice. Le fabriqué un
barrilete esta mañana, con caña y con papel de seda suave, bien a la vieja
usanza. Amadî me ayudó con esa voluntad de saber todo que pone en cada cosa. El
mundo para él es todo incógnitas.
Mientras lo veo correr pienso que criamos un niño y somos
una familia numerosa que llega a reunirse porque el amor lo quiere de esa
forma.
Amadî ya no recuerda que lo levanté desde un canasto en
llamas en Somalia. No recuerda el terror. Es como si se le hubiera borrado esa
vivencia.
La vida es demasiado amplia para quedarse solamente allí y,
como decía mi hermano, siempre queda adelante. Hay que seguir y permitirse y
permitir a otros chocar de frente con la felicidad.