—El
problema de la frontalidad no es la frontalidad. El problema de la frontalidad
es cuando te encontrás con los oblicuos y con los tangenciales. Los que son
incapaces de venirte de frente, siempre te atacan por detrás y si estás
dormido, mejor que mejor. Usan tu frontalidad en tu contra, porque tu frontalidad
es tu fuerza… en cambio, la fuerza de ellos es el escondrijo, la zancadilla, la
viscosidad. Se mueven en el territorio de la viscosidad. Son resbalosos, blandengues,
gelatinosos, pulverulentos… cualquiera de esas condiciones mierdosas que no podés
asir a mano llena.
El
Condorito me escucha con cierta contrición.
—Incapaces
de asumir responsabilidad en el hecho que les estás enrostrando, Condorito, te
van a decir de todo menos lindo, porque no saben qué hacer con sus responsabilidades,
así que prefieren cargar a otras conciencias con lo que su conciencia es incapaz
de asumir. Cobardes, pichón… solo cobardes. Cagones, si tengo que emplear la
palabra justa, porque cobarde se me queda corta; cagones que no resisten la menor
confrontación… Confrontación, pichón, del verbo «confrontar», «estar de frente
a algo», No soportan el «confronte»… Solamente saben apuñalarte por la espalda
o hablar a tus espaldas, así que no esperes ninguna actitud noble de esas de: «¿qué
dijiste de mí?» que es la actitud que adoptaría cualquier persona de bien si
piensa que estás siendo injusto o lo que sea con él. Antes de eso, padecen largos
incordios diarreicos que luego devienen en largas peroratas insultantes que
siempre van a recoger oídos que no son los tuyos, porque son incapaces de enfrentarte
cuando les arrancaste la máscara. Porque saben que tenés razón, te tienen
miedo. Y porque saben que tenés razón, no te enfrentan o te confrontan. Porque
saben que tenés razón, se limitan a insultarte de lejos porque mirándote a los
ojos… jamás. No esperes eso. En su mundo de lánguidos cagones, esa no es una
opción. Prefieren huir. Siempre prefieren huir.
Yo
sé qué trato de proteger al chico como traté de proteger a Pichón. Estos, así,
que van a pecho desnudo por el mundo tratando de arreglarlo, son los que les
encargan los dioses a tipos como yo, que pisamos el barro, que conocemos de la
mierda humana todo su abecedario, que hemos visto atrocidades que son imposibles
de contar porque no hay palabras que las abarquen. Conocemos o reconocemos a
todos los monstruos que los demás ocultan, soterran, acallan, disimulan. Pero
si algo tienen los monstruos humanos, es que siempre encuentran su forma de
expresión y es imposible dejarlos callados ya que tienen las patas muy grandes
y tarde o temprano, las asoman por la boca de esas sonrisas estólidas que el amiguismo
de sus dueños fomenta (¿o debería decir fermenta?)
Los
peores son esos que la van de santulones varios, de inocentones múltiples, de
virgos a los que nunca nadie avisa de los sismos. Poses baratas ejecutadas por
sus monstruos indóciles, que sacan sus patitas perniciosas fuera de ese rígido
esquema de santidez (mezcla de santidad y fetidez) que intentan transmitirle al
personal y que el personal se cree, porque en realidad, si son santos, mártires
o Poncios Pilato, no le interesa a nadie.
Los
hechos puntuales solo interesan a sus protagonistas.
—Si
el topo tuviera algo que decirte, te lo diría de frente. Siempre hay alguna
forma de decir las cosas de frente, Condorito, si uno realmente las quiere
decir de frente, como vos. Si el topo piensa que lo estás juzgando mal, te agarra
y te blanquea. No te putea involucrando a otros compañeros en la diversidad de
su puteada. Te agarra a vos por un brazo y te “confronta”. Cuando un tipo no te
confronta y te insulta de lejos… olvidate, pichón, le pegaste en el medio de
los huevos con la verdad desnuda —aclaro.
Pero
el chico, yo sé, todavía es bueno, todavía es noble, todavía está puro y cree
en la legitimidad de la ley y en la verdad del blanco.
—Del
topo me encargo yo, no te preocupes… Soy naturalmente un predador. Lo único que no resisten, es que les pongas
el reflector encima —digo, a modo de consuelo.
(De: Porque lleva mi nombre)